Algunas sensaciones que experimentamos de forma normal y saludable pueden, en determinados momentos, convertirse en lesivas. Tal es el caso de la ansiedad, una sensación que nos permite reaccionar de forma rápida ante una demanda o amenaza, pero que en ciertas circunstancias se torna desproporcionada.

¿Cómo saber si lo que tengo es ansiedad?

Para responder a esta pregunta, lo primero que debemos hacer es definir esta sensación. Se trata de un estado en el que sientes un gran desasosiego, una desazón acentuada e incertidumbre. Puede tratarse de un momento de angustia pasajero o de algo más persistente.

En esta situación se activan ciertos mecanismos de defensa fisiológicos, que nos preparan para una de dos conductas: afrontar la circunstancia que interpretamos como potencialmente dañina o bien huir. La recurrencia o intensidad de estos estados pueden alterar el curso normal de tus actividades y tu relación con el entorno.

Y es que un estado ansioso no debe ser confundido con el estrés: este último concepto se refiere a una respuesta adaptativa más amplia, que involucra no solo sensaciones sino también pensamientos y cambios en la conducta. El estrés puede contener angustia o no, pero se trata de algo más complejo.

Causas de la ansiedad

Cuando esta sensación se presenta de forma controlable y pasajera, puedes considerarla normal dentro de las vicisitudes de tu vida familiar, social o laboral. Pero algunos factores pueden predisponer a sufrir niveles desproporcionados de desasosiego, con lo que esta situación se convierte en disfuncional o patológica. Veamos cuáles son.

  • La autovaloración negativa, que te lleva a tener un pobre concepto de ti mismo. Las experiencias pasadas van dejando un conjunto de juicios que, si son negativos, te dejan expuesto a una vulnerabilidad particular.
  • Las creencias irracionales son quizás la cara opuesta de la circunstancia anterior. Pensar que debes hacerlo todo bien, que satisfacer las expectativas ajenas es lo más importante y que es necesario cumplir con todas tus metas pueden crear un estado de ansiedad.
  • Experiencias negativas precoces. Un acontecimiento que sucedió a temprana edad puede marcarte y dejarte una sensación de culpa o indefensión. Los estímulos que te recuerden esta situación desencadenarán expectativas negativas y angustia.
  • Por causas genéticas, algunas personas pueden presentar dificultad para neutralizar voluntariamente los estados ansiosos. Esto tiene que ver con una estructura llamada amígdala cerebral, que procesa la memoria de las experiencias y los estímulos emocionales asociados a ellas.

Por otro lado, las distorsiones cognitivas son formas de interpretar la realidad de una manera rígida. Se trata de ideas breves que se disparan de forma automática y suelen ser aprendidas. Entre ellas figuran las siguientes.

  1. La visión catastrófica. Imaginas el peor desenlace posible.
  2. El pensamiento dicotómico. Todo o nada; de esa manera, calificas los eventos como absolutamente negativos o positivos, sin matices.
  3. La abstracción selectiva. Fenómeno por el que solo percibes los aspectos negativos de una situación.

¿Cuáles son los síntomas de la ansiedad?

La respuesta fisiológica de varios sistemas, tales como el cardiovascular o el nervioso, desencadena un conjunto de síntomas que puedes identificar con facilidad. No todos están presentes simultáneamente, pero puedes sentir varios de ellos.

  • Sudoración fría en las manos y pies.
  • Dificultad para respirar o sensación de opresión en el pecho.
  • Aumento del ritmo cardíaco, con latidos fuertes (palpitaciones) y acelerados (taquicardia).
  • Temblor en las manos.
  • Náuseas, inapetencia y dolor abdominal.
  • Urgencia y aumento de frecuencia en la micción.
  • Diarrea.
  • Mareos, escalofríos o desmayos.
  • Insomnio.
  • Sensaciones de hormigueo en la cara o las manos, llamadas parestesias.
  • Miedos irracionales: a morir, a enloquecer…
  • Conductas de evitación, destinadas a separarte del estímulo que genera la inquietud.

Trastornos de la angustia y el miedo

Cuando la situación causada por este estado emocional se vuelve inmanejable o incapacitante, podemos hablar de un trastorno de angustia. Estas patologías requieren tratamiento psicológico para que el paciente pueda volver a desenvolverse en su entorno, adaptarse a él y sentirse de forma normal.

  • Ataque de pánico. Este cuadro clínico se caracteriza por episodios recurrentes de angustia intensa acompañados de una profusa sintomatología física. La persona siente un intenso miedo a que se repitan, por lo que se refugia en determinadas personas y lugares o cae en el consumo de sustancias nocivas.
  • Angustia generalizada. En esta patología puedes encontrar que las personas sienten un gran temor ante cualquier suceso, rutinario o no. La preocupación constante, intensa y desproporcionada puede llegar a paralizar al individuo.
  • Fobia. La fobia se caracteriza por un sentimiento ansioso muy intenso ante determinadas circunstancias u objetos, que siempre son los mismos. Este sentimiento es irracional, pues la circunstancia desencadenante rara vez reviste el carácter de una amenaza real.

Una respuesta natural que puede convertirse en un serio problema

La ansiedad es una reacción normal ante ciertos estímulos, ya que actúa como un mecanismo fisiológico de defensa y nos prepara para afrontarlos. Sin embargo, si es desproporcionada o excesiva puede a afectar tu vida cotidiana y a tu capacidad para desenvolverte normalmente y ser una persona productiva. Si sientes que puedes estar viviendo episodios de ansiedad que te gustaría conocer más de cerca para darles solución, contacta con nosotros sin ningún compromiso. Estaremos encantados de acompañarte.

 

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