Fuente: AETG.es – Pedro de Casso.

Si la Terapia Gestalt es ante todo, en palabras de Claudio Naranjo, la forma de hacer terapia originada por Fritz Perls, la pregunta acerca de las raíces de este tipo de terapia necesariamente nos remite a aquéllas en que pudo beber o inspirarse el propio Perls (1893-1970).

Los intereses del Fritz adolescente no se orientaban precisamente a lo teórico. Rebelde, enfrentado a la tradición religiosa judía familiar -que consideraba hipócrita-, y fascinado por su temprana experiencia teatral con Max Reinhardt, ve interrumpidos sus estudios de medicina, iniciados por compromiso frente a la presión paterna, para pasar por la terrible experiencia de las trincheras en la Primera Guerra Mundial. Graduado como neuropsiquiatra una vez terminada ésta, su espíritu inconformista, desencantado, y a la vez vitalista, le pone en contacto con la vanguardia del movimiento de la Bauhaus de Berlín. Aquí, entre una pléyade de artistas, poetas, arquitectos y pensadores disidentes, encuentra al filósofo neokantiano Solomon Friedländer, en cuya teoría sobre la “indiferencia creativa” -basada en la complementariedad de los opuestos y la existencia entre ellos de un “punto cero” de equilibrio- iba a encontrar Fritz, en sus propias palabras, “un antídoto contra mi confusión y extravío existenciales”. Por esta época, no obstante, iba a acudir también en busca de solución a la que habría de ser su primera psicoanalista, y a la vez su primera introductora crítica al mundo del psicoanálisis: Karen Horney.

Los influjos se superponen. Por un lado, el de su tratamiento y ulterior formación psicoanalítica en Frankfurt, Berlín y Viena, de la mano de otros famosos analistas que le llevan a establecerse y mantenerse él mismo como psicoanalista ortodoxo por más de diez años, primero en Berlín y luego, huyendo de los nazis, en Sudáfrica, donde irá fraguándose su propia síntesis terapéutica. Particular importancia ejerció en él como terapeuta Wilhelm Reich, que habría de agudizar su conciencia de la importancia del cuerpo como factor de anclaje y expresión de los conflictos neuróticos.

Por otra parte, aún en Alemania, coincidiendo con sus inicios psicoanalíticos, resultará decisivo su contacto -sobre todo a través de Lore, su futura mujer- con la “Escuela de la Psicología de la Gestalt” de Frankfurt (Köhler, Wertheimer, Kurt Lewin…) y las conclusiones de ésta en el estudio de los mecanismos de la percepción. Según tales conclusiones, toda percepción sensorial es fruto de la interacción que tiene lugar entre los estímulos presentes en el medio y la “configuración significativa” (Gestalt) que de ellos hace el sujeto en un momento dado. Es decir, el sujeto no percibe lo que hay, la totalidad caótica de estímulos presentes (“fondo”), sino que los organiza selectivamente o destaca tan sólo aquello que en cada momento o situación le resulta significativo (“figura”).

Estos psicólogos no pretendían utilizar sus investigaciones para fines terapéuticos, pero Perls, guiado por su agudo instinto práctico, rescataría más adelante como base de su futura terapia la idea de que toda vivencia psicológica humana (y no sólo la percepción sensorial) se estructura de esa misma forma interactiva entre el sujeto y lo que constituye su medio o entorno en cada momento. Organismo y medio forman, pues, un “todo”, un campo interactivo. Y como en toda situación psicológica el medio lo forman otra u otras personas, las distintas personas implicadas en una situación configuran a ésta como conjunto significativo (Gestalt), en términos de figura y fondo, que resulta diverso para cada uno en función de sus respectivos intereses o necesidades del momento. De ahí la posibilidad de conflictos, pero también la posibilidad de soluciones armoniosas derivadas de la consideración de la totalidad del “campo”. Toda Gestalt es dinámica, procede de una necesidad y tiende a satisfacerla. Por eso, cuando el organismo satisface su necesidad vuelve a un punto cero de equilibrio (coincidencia con Friedländer), hasta que la tensión surgida de una nueva necesidad vuelve a generar una nueva Gestalt de la situación en orden a satisfacer aquélla y alcanzar así un nuevo equilibrio dentro del ciclo permanente de “autorregulación organísmica” que caracteriza la vida. Cuando la satisfacción, por uno u otro motivo, no se alcanza, la Gestalt queda “inconclusa”, y puede quedar en el individuo una energía interrumpida que a través de situaciones repetitivas busque más tarde su necesaria compleción.

Precisamente, para Perls, el eje de su terapia giraría, en primer lugar, en torno a una fe inquebrantable en la capacidad humana de “autorregulación organísmica”, a nivel individual y social (esto quiere decir fe en la capacidad “biológica” del organismo humano, individual o grupal, para traer al primer plano, directamente o a través de síntomas, la conciencia de la necesidad pendiente de satisfacción). En segundo lugar, y consecuentemente, basándose en el concepto dinámico operativo de “Gestalt inconclusa”, Perls orientaría su terapia a la detección y resolución en el presente de las “situaciones inacabadas” en la vida del individuo, en cuanto que están en el origen del estancamiento de su energía y, por tanto, de su neurosis.

De aquí que Perls acabara tardíamente por cambiar el nombre de su específica forma de terapia, a la que en un principio denominaba “Terapia de Concentración” (en los síntomas), y optara por darla a conocer como “Terapia Gestalt” (hacia 1950).

Aparte estos influjos, hay que añadir, todavía en la etapa alemana, algún contacto más episódico que sistemático con el movimiento existencial (Buber, Tillich, Scheler…) y con la fenomenología de Husserl. “Al menos me había compenetrado de una cosa: la filosofía existencial exige que uno tome la responsabilidad de su propia existencia”, dice en su autobiografía, donde también califica a su terapia de “existencial” , al lado de la Logoterapia de V. Frankl y la terapia del Dasein de Binswanger. Rasgos existenciales de la terapia Gestalt son también concebir la relación terapéutica como una relación “Yo-Tú” (Buber), y el énfasis en el “aquí y ahora”. La raigambre fenomenológica, presente ya en la misma Escuela de la Psicología de la Gestalt, se hace más patente aún en Perls con su insistencia en el desarrollo de la conciencia de lo obvio (“awareness”, darse cuenta), sin interpretaciones, como vía de captación de la realidad, y en su alejamiento de todo interés por el inconsciente. Por cierto, Perls, que siempre admiró mucho a Freud, comenta en su autobiografía: “Estoy profundamente agradecido de lo mucho que me desarrollé oponiéndome a él”.

De esta forma, Perls, poseedor de una mente poderosa, dotada de una fuerza lógica, crítica e integradora de primer orden pese a no ser ante todo un teórico, iba a adscribirse -más por olfato e instinto vital derivados de su propia personalidad y experiencia que como fruto de una trabajosa decantación intelectual- a las nuevas corrientes filosóficas de su tiempo (fenomenología y existencialismo, sobre todo), y también a la nueva física cuántica y relativista, separándose así de las corrientes cartesianas, asociacionistas y mecanicistas que dominaban la filosofía y la ciencia en el cambio de siglo y que estaban en buena parte en la base de toda la concepción psicoanalítica freudiana.

La síntesis personal de Perls, que empezó a tomar cuerpo tardíamente (con casi 50 años), no dejaría de enriquecerse con nuevos aportes hasta en sus últimos años, lo que de por sí pone de relieve, además de su admirable vitalidad, la estrecha coherencia con su propia vida que presidió desde siempre su particular forma de trabajo terapéutico. Entre esos nuevos elementos, aparte primero la concepción holística de Jan Smuts (con quien trabó amistad en Sudáfrica) y el psicodrama de Moreno o los trabajos de Ida Rolf y Eric Berne, cabe destacar como más importantes, sobre todo, el contacto directo que tuvo con la filosofía oriental y la meditación Zen a lo largo de su estancia de dos meses en un “dojo” japonés. En los principios taoístas de integración de opuestos -Yin y Yang-, y la atención centrada en el presente y el valor del vacío propios del Zen, encontraría una confirmación amplificadora de posiciones ya anteriormente adoptadas por él en la misma dirección.

De esta forma, su enfoque terapéutico, firmemente encuadrado dentro del Movimiento de la Psicología Humanista o de Desarrollo del Potencial Humano surgido en California en los años 60 de la mano de Abraham Maslow, Alan Watts y Carl Rogers, entre otros, acaba asomándose así a la dimensión espiritual transpersonal, que estaba en germen en ese movimiento, trascendiendo con ello los estrechos planteamientos psicologizantes en que había estado inmerso en gran parte el mundo de la psicoterapia freudiana hasta el momento.

Pedro de Casso

Un beso gigante

Matías Podestá
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